Carmina tiene ochenta y siete años y el mismo carácter de siempre: fuerte e independiente. Se niega a dejarse doblar por la fragilidad de la vejez. Por ello, sigue viviendo sola, con un pez besucón, una copita diaria de Pedro Ximénez y un amor desmesurado por los cigarrillos. Consciente, sin embargo, de que su tiempo se acaba, quiere que sus sobrinas la conozcan mejor. Las convertirá, pues, en depositarias de una historia vivida en 1956, cuando tenía veinticuatro años y conoció a su primer y gran amor. Un amor que le perturbó la vida y que la llevó a intentar recuperar un cuadro muy valioso expoliado y a conocer al nazi Léon Degrelle.
Una novela que recupera de forma inmejorable la Barcelona de los años cincuenta y la actual.